El estival viento soplaba con escasa intensidad sobre mi rostro cansado. Una gota de sudor rodaba acariciando mi sien y mi corazón latía a toda velocidad. Llegué a la esquina de Saavedra y Mitre y observé hacia mi derecha para averiguar si es que algún vehículo se aproximaba hacia mi. Descendí el cordón y crucé.
La creciente deseperación me embargaba y la inminente llegada de la inevitable Muerte causaba en mi la sensación de avanzar muy lentamente. Además, una persistente renguera afectaba mi pierna izquierda debido a una lesión en la rodilla que acarreé toda mi vida.
Sequé mi frente con la manga de mi camisa y volví mi vista atrás. Sólo el aire me seguía. Un pintor me observó desinteresado desde una ventana a veinte metros y continuó con su tarea.
Caminé unos metros con gran dificultad. Me faltaba el aire y cada bocanada parecía una tortura. Mi visión se nublaba.
De repente un enorme ovejero alemás se abalanzó hacia mí y hubiese acabado con mi vida de no ser por la reja que le impidió devorarme. El corazón me saltaba en el tórax. Tomé mi pecho con fuerza ante la punzante punzada que sentía y continué avanzando.
Unos metros después observé a unos jóvenes ingresando a una casa, pesadas cajas que evidentemente contenían amplificadores para instrumentos musicales. Me acerqué al cordón de la ereda alejándo de ellos con cierta desconfianza.
Continué en mi recorrida en estado de shock. La sensación de que la muerte me pisaba las botamangas era aterradora. Perplejo, rengueé un paso con dolor, miré mi reloj pulsera y me sorprendí al ver que se había parado. "Ha llegado la hora", pensé.
Mi mente estaba en blanco. Había olvidado todo lo que conocía e ignoraba incluso, el riesgo que corría mi fugaz vida.
Repentinamente, volví a la realidad, me acomodé los lentes y miré la casa que estaba frente a mi. Me resultaba muy familiar. Agarré el picaporte y la puerta se abrió. Tomé mi bastón con fuerza y jugueteando con la dentadura postiza pensé: "Espero que mis nietos me hayan venido a visitar..."