martes, 1 de abril de 2008

El día que secuestré a Sofovich

Cuando era jóven e intrépido tomaba desiciones y desobedientes, pero con el paso del tiempo o de los años, me convertí en el viejo chocho y conservador que ahora soy. Esta historia se remonta a esos años mozos en los que mis correrías eran célebres por lo nocivo de mi accionar. Permítanme presentarme, mi nombre es Omega, Omega Steelheart, Lord.

***

Estaba mirando televisión en el tibio despertar del siglo XXI, cuando un sujeto, magnate de la prostitución, el juego y la caja boba, llamó mi dispersa e indiferente atención.
-Llamá ya al 0800-333-gato o mandá un sms al *666 y participá en la perinola gigante donde podés ganar una chica (refiriéndose a las secretarias/bailarinas del programa) o una heladera Güirpul sin freezer!!!! Siete pesitos el minuto o el mensaje y mirá lo que te ganas... Llamá ya. 0800-333-gato...

***

De repente pensé:
-Este hijo de pute no puede robar así. A este tipo lo tendrían que secuestrar, torturar y matar...
Y como no me quedaban alternativas y el helado que tenía en la mano se me estaba derritiendo, volví a pensar:
-Y sí... Lo voy a secuestrar...
Y lo secuestré.

***

Un día lo fui a esperar a la salida de un teatro, como a las seis de la mañana. Cuando lo abordé, dos gigantes lo custodiaban. Con la suerte del que no sabe lo que hace, me acerqué a uno de ellos por la espalda y con un hacha abrí su cráneo en dos. Cayó inmediatamente al piso. Nunca pude desprender el arma de su cabeza, pero por suerte llevaba un palo de escoba afilado como un gran lápiz. Ante la sorpresa de mi loco ataque,  el otro no pudo reaccionar, aunque ciuando lo logró e intentó quitarme  el palo, yo ya le había atravesado la tráquea con él. Sentí lástima por el hacha que ahí debería dejar en la huida ya que era de mi difunto abuelo y hacía años que pertenecía a la herencia familiar. Me acerqué al conductor televisivo lentamente y lo vi sentado en el piso, orinado y farfullando insultos ininteligibles.
-Bueno Gerardo -le dije- Me vas a tener que acompañar...

***

Me insultó con su aguardentosa y lijada voz y escupió mi hermoso rostro juvenil. Lo abofeteé para que se calmara , lo tomé por las axilas y lo puse de pié. Al ser un viejo cerdo miserable y de buena vida, probablemente nunca haya corrido (exceptuando el detallito de la pierna). Lo agarré del brazo, lo sibí al caño demi bicicleta playera y lo llevé lentamente hasta mi casa, a aproximadamente treinte cuadras. Por suerte nadie habías sido testigo de la masacre reciente. Debo reconocer que esta vez, por ser la primera, tuve suerte...

***

Llegué a mi hogar y le di la bici para que me la sostuviera mientras yo buscaba las llaves. Cuando las encontré, abrí y lo conduje a mi habitación, en el quinchito del fondo. Antes de llegar al quincho, le saqué toda la ropa, excepto los zapatos, las medias y el estereotipado calzoncillo boxer blanco con lunares rojos que traía cubriendo su desnudez. Revisé su billetera y tenía setecientos dólares en efectivo y un arcoiris de tarjetas de crédito, chequeras y volantes de privados (boutiques de putas). Le pedí los numeros de sus tarjetas. Cuando se negó a  dármelos, traté de obtenerlos cercenándole una oreja. lo tiré al pasto y lo estaqueé a la tierra. Susgritos no me molestaban, pero lo amordacé para no alertar a mi abuela y a mis vecinos. Finalmente lo oriné. Pasó la noche más fría y seca del año y con ella una helada. A la mañana siguiente volví a orinarlo. Supongo que por la helada que había caído sobre él, mi pis ddebió parecerle lava. Le pedí nuevamente los numeros de las tarjetas que se negaba a darme y, afortunadamente, desistió de su terca actitud y hasta me dijo su contraseña de mail.

***


Me fui de compras por todos los cajeros automáticos de la desapárecida ciudad de mar del Plata, incluso hasta enl que se encontraba en el casino de dicha localidad. Al llegar a casa enterré el 90% del botín y sólo me quedé con u$s450000 en efectivo.

***

Finalmente, mientras él dormía en el piso fruto de mi tortura, llamé un "taxi", lo subí y a continuación subí yo. Le pedí al señor "taximetrero" que me condujera lo más rápido posible al Torreón del Monje, una especie de castillo medieval a orillas del Atlántico Sur, y que en realidad era una confitería. Cuando llegamos, pagué lo que indicaba el "taxímetro" al "taxista"  y bajé a Gerardo así, semidesnudo como lo había dejado, con la oreja y sangrando,o mejor dicho, sin la oreja y sangrando.

***

Sacudí al conductor hasta que despertó y note su rosttro de sorpresa y confusión al verse a orillas del mar. Me miraba amordazado a las cinco de la madrugada. TOmé mi celular y marqué un numero. lo único que dejé que escuchara con su única oreja fue: "Quiero u$s100000, vale la pena". Crté y me acerqué a él. Empujé su horrible cuerpo y cuando cayó al piso, hice un veloz movimiento y le arranqué la pierna ortopédica que utilizaba en lugar de pierna real desde que era solo un niño. Me reí estruendosamente. No podía parar de reirme. Tomé fuerza y arrojé la prótesis al mar. Todo fue un disparate. Lo escupí, para devolverle el gargajo que me había regalado cuando lo conocí y le apliqué un somnífero. Espere a que se durmiera y lo golpeé un poco más hasta que le sangraba bastante la nariz y el muñón.
Cuando despertó, yo ya no estaba.

***

Estaba él, el boxer blanco a lunares rojos, con un zapato y un zoquete en el único pie que le quedaba, saliendo para todo el mundo por la pantalla de Crónica TV. Lo sé porque lo ví desde mi casa. Imagínense a un viejo fofo, con poco pelo blanco y ojeras hasta el suelo; sin una oreja y en boxer blanco a lunares rojos, saltando en un pie, a falta del otro; con un mocasín y un zoquete; con su muñón brilloso y estriado, parado en el Torreón del Monje, en una madrugada helada y conel mar de fondo...
¡¡¡Era el magnate de la prostitución, el juego y la caja boba!!!, humillado como él siempre humillo a sus empleados y socios.
Pobre, nunca volvería a ser el mismo y yo nunca podría dejar de reírme.

Fin

Los Tiempos de la Noche

Por Aldarien de Eterniôn

 El misterio del Mar de la Luna

 1

Prologo

 Aparentemente era invierno. Si bien hacía mucho frío, en esa zona no era muy fácil predecir en que estación se estaba, ya que las bajas temperaturas gobernaban la mayoría del año. La ciudad de Melvaunt se encontraba en una de sus típicas mañanas de invierno en la que la actividad portuaria reactivaba día a día al resto de la urbe. El Mar de la Luna daba trabajo a muchos pescadores y aventureros. La posada “El tritón ebrio”  abría sus puertas a los cansados viajeros y a los pescadores, luego de una agotadora y helada tarde de trabajo.

El hostal era agradable y su rustica infraestructura albergaba un salón comedor, en el que lo que menos se hacía era comer, y seis habitaciones a las que se accedía mediante dos escaleras que trepaban a los costados de la taberna hacia un piso superior. Al ingresar al lugar, el visitante alcanzaba a ver varias mesas a los costados y una barra al frente, entre las dos escaleras. La luz tenue de candelabro de velas que colgaba del techo daba al lugar un aura mortecina, pero que contribuía con la estética del lugar. En las mesas, varios marineros y pescadores conversaban entre sí mientras jugaban naipes, bebían sus cervezas o simplemente fumaban de sus pipas.

En el exterior la noche iba cayendo y el frío congelaba los corazones de los que transitaban los caminos buscando la oscuridad.

La puerta se abrió y dejó entrar una glacial brisa que logró quitar a todos los presentes de sus asuntos. En la puerta, un individuo alto y fornido accedió al interior, escoltado por tres personas más. Sus harapientas capas no dejaban ver sus aspectos, aunque era indudable que el trío que entro en segundo término estaba compuesto por mujeres. Una vez adentro, la puerta se cerró y el primero retiró su capucha. Su calva y brillante calva relució ante la luz de las velas y sus ojos rosados, encaramados de su adusto e inflexible rostro, otearon a los ocupantes del lugar. De un rápido movimiento de manos, deslizó su capa hacia atrás y el omnisciente ojo de Helm del pecho de su armadura lanzó un destello casi imperceptible. Apoyó su mano en el pomo de su espada y se dirigió a una mesa, mientras continuaba escrutando a los presentes.

Acto seguido las acompañantes de deshicieron de sus mantos y dejaron ver, ante los maravillados pescadores, sus hermosos rostros, casi sacados del plano celestial. La primera era una elfa armada con un arco y una cota de escamas entallada que recalcaba su silueta. Sus rulos caían sobre su rostro y sus profundos ojos verdes traslucían la pureza de los druidas. En segundo lugar avanzaba una elfa solar cubierta sólo de unos trozos de satín negro y violeta. Sólo sus polainas de piel de lobo cubrían su indefensa desnudez. El cabello, en tonos que pasaban del negro al púrpura y atado en un descomunal rodete, se arremolinaba en su rostro luego de la ráfaga que había ingresado junto a ellos. Por último, una joven humana se acercó a la mesa donde todos ya se habían sentado y descubrió lo poco que dejaba ver de su cuerpo. Su pálida piel y su rostro reflejaban sus veintitantos años y sus celestes ojos parecían trozos de un glaciar del Gran Mar de Hielo.

Se sentaron cansados en la mesa más oscura y alejada de la puerta. Una suave pero aguda voz sonó a sus pies.

-¿Qué desean, forasteros?-inquirió.

Los visitantes observaron a su alrededor y luego de un rato notaron a un mediano parado junto a ellos con una pequeña libreta en la mano. Inmediatamente comprendieron que se trataba del camarero.

-Vino –se limitó a decir el único hombre del grupo.

El mediano asintió y con un trote veloz se alejó hacia la cocina, detrás de la barra. En ese mismo lugar, un ser de ésa misma raza pero algo mayor limpiaba la reluciente madera y dedicaba fugaces miradas de reojo hacia la mesa de los recién llegados. Segundos después, el camarero apareció rápidamente con una jarra en forma de pingüino en mano y una ración de patatas picantes, cortesía de la casa.

-Esta ciudad está muerta –sentenció la elfa de escasas vestiduras.

-Algo habrá, iré a hablar con el cantinero –acotó la humana.

A continuación, y bajo la mirada discreta de los allí presentes, se levantó de la mesa y se acercó a la barra. El mediano, que mientras pulía veía venir a la joven, colocó una mano bajo la barra y acarició una daga.

-Buenas, buen hombre, mi nombre es Nariana, ¿cuál es el suyo? –preguntó.

-Soy Helmut, ¿en qué puedo servirle, señorita?

-Como habrá apreciado, no somos de aquí. Estamos buscando un trabajo, si usted me entiende…

-Desde luego –suspiró el cantinero- Yo puedo ayudarlos. Tenemos un problema con un grupo de gente que no va con todas las de la ley, pero vuelva cuando este por cerrar y discutiremos acerca de tu utilidad y la de tus amigos…

-Cuente con ello señor.

Finalizó la frase y giró ciento ochenta grados para dirigirse hacia su mesa. Al arribar comentó:

-Tenemos trabajo, Aldarien. Ésta ciudad no estaba tan muerta como tú suponías.

-¿Qué has averiguado? –preguntó el hombre.

-Al cerrar el bar hablaremos con el posadero. Él nos dirá los detalles.

El grupo bebió su vino en silencio y vio, lentamente, como cada uno de los concurrentes se arropaba y emprendía su retirada hacia su casa, probablemente infestada de hijos.

 

El bar se vació de pescadores y el grupo se arremolinó velozmente sobre la barra para negociar con el cantinero. El mediano apareció junto al camarero y se presentó ante todos.

-Mi nombre es Helmut. Soy el dueño de la posada y él es mi sobrino Slartibarfast. Pueden confiar. ¿Qué servicios pueden ofrecerme?

-Bien –comenzó Nariana- Como ya le adelanté, necesitamos un trabajo. Verá que pertenecemos a distintas castas y razas y viajamos por todo Faerûn intentando sobrevivir, por así decirlo.

-Entonces tengo el gusto de hablar con Nariana y…

-Disculpe, mi nombre es Iliaster Crowley, provengo de Amn –dijo el calvo.

-Yo soy Namira –dijo la elfa Silvana. Su voz pausada y tranquila producía un efecto de aletargamiento en los que no estaban habituados a oírla.

-En común me llaman Aldarien. Provengo de muy lejos, al otro lado del océano occidental, de la fabulosa isla de Eterniôn. Refugio y fortaleza de los Elfos puros… Aunque no creo que estén muy orgullosos de mi.

-Entonces… Hechas las presentaciones, estamos todos en confianza.

Helmut hablaba ansioso.

-Tenemos un problema. Hace tiempo que nuestra hermosa y pacífica ciudad está siendo víctima de la piratería y otros males, lo cual nos tiene muy preocupados a mí y a los demás habitantes de Melvaunt. Tenemos la sospecha de que Dorromel, un hombre de oscuras actividades esta detrás de todo esto. La idea es que ustedes consigan la mayor información y me la traigan, y, en el mejor de los casos, la cabeza de Dorromel. A cambio recibirán doscientas piezas de oro.

-¿Doscientas para todos? –Rugió Aldarien- Merecemos al menos el doble que eso.

El mediano, apabullado por el apercibimiento de la elfa soltó:

-Está bien, está bien, serán cien por cabeza, pero deben comenzar cuanto antes…

-Sin duda –clamó Iliaster- permítanos descansar en su posada por esta noche y en cuanto amanezca partiremos a la aventura. Por Helm que lo haremos, que él lo ve todo…

Lo que dice el negro Samuel en Pulp Fiction

"El camino del justo se encuentra rodeado en todas partes por la injusticia del egoísta y la tiranía del hombre malvado. Bendito es aquel quien, en el nombre de la Caridad y la Buena Voluntad, guía a los débiles a través del Valle de Sombras, ya que es realmente custodio de sus hermanos, y quien rescata al extraviado. Yo castigaré con enorme venganza y cólera furiosa a aquellos que intenten envenenar y destruir a mis hermanos. Y entonces sabrán que mi nombre es El Señor, cuando ejecute mi venganza sobre ellos.

jueves, 24 de enero de 2008

Sesenta metros al borde de la muerte

El estival viento soplaba con escasa intensidad sobre mi rostro cansado. Una gota de sudor rodaba acariciando mi sien y mi corazón latía a toda velocidad. Llegué a la esquina de Saavedra y Mitre y observé hacia mi derecha para averiguar si es que algún vehículo se aproximaba hacia mi. Descendí el cordón y crucé.
La creciente deseperación me embargaba y la inminente llegada de la inevitable Muerte causaba en mi la sensación de avanzar muy lentamente. Además, una persistente renguera afectaba mi pierna izquierda debido a una lesión en la rodilla que acarreé toda mi vida.
Sequé mi frente con la manga de mi camisa y volví mi vista atrás. Sólo el aire me seguía. Un pintor me observó desinteresado desde una ventana a veinte metros y continuó con su tarea.
Caminé unos metros con gran dificultad. Me faltaba el aire y cada bocanada parecía una tortura. Mi visión se nublaba.
De repente un enorme ovejero alemás se abalanzó hacia mí y hubiese acabado con mi vida de no ser por la reja que le impidió devorarme. El corazón me saltaba en el tórax. Tomé mi pecho con fuerza ante la punzante punzada que sentía y continué avanzando.
Unos metros después observé a unos jóvenes ingresando a una casa, pesadas cajas que evidentemente contenían amplificadores para instrumentos musicales. Me acerqué al cordón de la ereda alejándo de ellos con cierta desconfianza.
Continué en mi recorrida en estado de shock. La sensación de que la muerte me pisaba las botamangas era aterradora. Perplejo, rengueé un paso con dolor, miré mi reloj pulsera y me sorprendí al ver que se había parado. "Ha llegado la hora", pensé.
Mi mente estaba en blanco. Había olvidado todo lo que conocía e ignoraba incluso, el riesgo que corría mi fugaz vida.
Repentinamente, volví a la realidad, me acomodé los lentes y miré la casa que estaba frente a mi. Me resultaba muy familiar. Agarré el picaporte y la puerta se abrió. Tomé mi bastón con fuerza y jugueteando con la dentadura postiza pensé: "Espero que mis nietos me hayan venido a visitar..."