Los Tiempos de la Noche
Por Aldarien de Eterniôn
Prologo
El hostal era agradable y su rustica infraestructura albergaba un salón comedor, en el que lo que menos se hacía era comer, y seis habitaciones a las que se accedía mediante dos escaleras que trepaban a los costados de la taberna hacia un piso superior. Al ingresar al lugar, el visitante alcanzaba a ver varias mesas a los costados y una barra al frente, entre las dos escaleras. La luz tenue de candelabro de velas que colgaba del techo daba al lugar un aura mortecina, pero que contribuía con la estética del lugar. En las mesas, varios marineros y pescadores conversaban entre sí mientras jugaban naipes, bebían sus cervezas o simplemente fumaban de sus pipas.
En el exterior la noche iba cayendo y el frío congelaba los corazones de los que transitaban los caminos buscando la oscuridad.
La puerta se abrió y dejó entrar una glacial brisa que logró quitar a todos los presentes de sus asuntos. En la puerta, un individuo alto y fornido accedió al interior, escoltado por tres personas más. Sus harapientas capas no dejaban ver sus aspectos, aunque era indudable que el trío que entro en segundo término estaba compuesto por mujeres. Una vez adentro, la puerta se cerró y el primero retiró su capucha. Su calva y brillante calva relució ante la luz de las velas y sus ojos rosados, encaramados de su adusto e inflexible rostro, otearon a los ocupantes del lugar. De un rápido movimiento de manos, deslizó su capa hacia atrás y el omnisciente ojo de Helm del pecho de su armadura lanzó un destello casi imperceptible. Apoyó su mano en el pomo de su espada y se dirigió a una mesa, mientras continuaba escrutando a los presentes.
Acto seguido las acompañantes de deshicieron de sus mantos y dejaron ver, ante los maravillados pescadores, sus hermosos rostros, casi sacados del plano celestial. La primera era una elfa armada con un arco y una cota de escamas entallada que recalcaba su silueta. Sus rulos caían sobre su rostro y sus profundos ojos verdes traslucían la pureza de los druidas. En segundo lugar avanzaba una elfa solar cubierta sólo de unos trozos de satín negro y violeta. Sólo sus polainas de piel de lobo cubrían su indefensa desnudez. El cabello, en tonos que pasaban del negro al púrpura y atado en un descomunal rodete, se arremolinaba en su rostro luego de la ráfaga que había ingresado junto a ellos. Por último, una joven humana se acercó a la mesa donde todos ya se habían sentado y descubrió lo poco que dejaba ver de su cuerpo. Su pálida piel y su rostro reflejaban sus veintitantos años y sus celestes ojos parecían trozos de un glaciar del Gran Mar de Hielo.
Se sentaron cansados en la mesa más oscura y alejada de la puerta. Una suave pero aguda voz sonó a sus pies.
-¿Qué desean, forasteros?-inquirió.
Los visitantes observaron a su alrededor y luego de un rato notaron a un mediano parado junto a ellos con una pequeña libreta en la mano. Inmediatamente comprendieron que se trataba del camarero.
-Vino –se limitó a decir el único hombre del grupo.
El mediano asintió y con un trote veloz se alejó hacia la cocina, detrás de la barra. En ese mismo lugar, un ser de ésa misma raza pero algo mayor limpiaba la reluciente madera y dedicaba fugaces miradas de reojo hacia la mesa de los recién llegados. Segundos después, el camarero apareció rápidamente con una jarra en forma de pingüino en mano y una ración de patatas picantes, cortesía de la casa.
-Esta ciudad está muerta –sentenció la elfa de escasas vestiduras.
-Algo habrá, iré a hablar con el cantinero –acotó la humana.
A continuación, y bajo la mirada discreta de los allí presentes, se levantó de la mesa y se acercó a la barra. El mediano, que mientras pulía veía venir a la joven, colocó una mano bajo la barra y acarició una daga.
-Buenas, buen hombre, mi nombre es Nariana, ¿cuál es el suyo? –preguntó.
-Soy Helmut, ¿en qué puedo servirle, señorita?
-Como habrá apreciado, no somos de aquí. Estamos buscando un trabajo, si usted me entiende…
-Desde luego –suspiró el cantinero- Yo puedo ayudarlos. Tenemos un problema con un grupo de gente que no va con todas las de la ley, pero vuelva cuando este por cerrar y discutiremos acerca de tu utilidad y la de tus amigos…
-Cuente con ello señor.
Finalizó la frase y giró ciento ochenta grados para dirigirse hacia su mesa. Al arribar comentó:
-Tenemos trabajo, Aldarien. Ésta ciudad no estaba tan muerta como tú suponías.
-¿Qué has averiguado? –preguntó el hombre.
-Al cerrar el bar hablaremos con el posadero. Él nos dirá los detalles.
El grupo bebió su vino en silencio y vio, lentamente, como cada uno de los concurrentes se arropaba y emprendía su retirada hacia su casa, probablemente infestada de hijos.
El bar se vació de pescadores y el grupo se arremolinó velozmente sobre la barra para negociar con el cantinero. El mediano apareció junto al camarero y se presentó ante todos.
-Mi nombre es Helmut. Soy el dueño de la posada y él es mi sobrino Slartibarfast. Pueden confiar. ¿Qué servicios pueden ofrecerme?
-Bien –comenzó Nariana- Como ya le adelanté, necesitamos un trabajo. Verá que pertenecemos a distintas castas y razas y viajamos por todo Faerûn intentando sobrevivir, por así decirlo.
-Entonces tengo el gusto de hablar con Nariana y…
-Disculpe, mi nombre es Iliaster Crowley, provengo de Amn –dijo el calvo.
-Yo soy Namira –dijo la elfa Silvana. Su voz pausada y tranquila producía un efecto de aletargamiento en los que no estaban habituados a oírla.
-En común me llaman Aldarien. Provengo de muy lejos, al otro lado del océano occidental, de la fabulosa isla de Eterniôn. Refugio y fortaleza de los Elfos puros… Aunque no creo que estén muy orgullosos de mi.
-Entonces… Hechas las presentaciones, estamos todos en confianza.
Helmut hablaba ansioso.
-Tenemos un problema. Hace tiempo que nuestra hermosa y pacífica ciudad está siendo víctima de la piratería y otros males, lo cual nos tiene muy preocupados a mí y a los demás habitantes de Melvaunt. Tenemos la sospecha de que Dorromel, un hombre de oscuras actividades esta detrás de todo esto. La idea es que ustedes consigan la mayor información y me la traigan, y, en el mejor de los casos, la cabeza de Dorromel. A cambio recibirán doscientas piezas de oro.
-¿Doscientas para todos? –Rugió Aldarien- Merecemos al menos el doble que eso.
El mediano, apabullado por el apercibimiento de la elfa soltó:
-Está bien, está bien, serán cien por cabeza, pero deben comenzar cuanto antes…
-Sin duda –clamó Iliaster- permítanos descansar en su posada por esta noche y en cuanto amanezca partiremos a la aventura. Por Helm que lo haremos, que él lo ve todo…
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